LA PIEDRA EN EL CAMINO
En un bosque lleno de vida, un pequeño arroyo serpenteaba tranquilamente entre los árboles. Cerca de su orilla vivía un conejo trabajador y amable que cada día construía con cuidado un dique para proteger su madriguera de posibles inundaciones.
Un día, un mapache travieso apareció y, riéndose del conejo, deshizo parte del dique con sus patas. “¡Qué inútil esfuerzo! El agua siempre encontrará cómo pasar”, se burló antes de marcharse. El conejo suspiró, pero en lugar de enfrentarse al mapache, reconstruyó su dique con paciencia.
Semanas después, una fuerte tormenta cayó sobre el bosque. El agua del arroyo subió rápidamente y arrastró al mapache río abajo, dejándolo atrapado contra una roca. Incapaz de liberarse, el mapache gritó por ayuda.
El conejo, al escuchar los gritos, corrió hacia el arroyo. Sin dudarlo, extendió una rama larga y ayudó al mapache a salir del agua. Sorprendido, el mapache preguntó:
—¿Por qué me ayudaste? Yo me burlé de ti y destruí tu trabajo.
El conejo respondió con una sonrisa tranquila:
—Llevar rencor sería como intentar detener la corriente del río con una piedra: un peso inútil que solo me agotaría. Prefiero usar mi energía para cosas que realmente importan, como salvar una vida o construir un dique que me proteja.
Desde entonces, el mapache no solo dejó de burlarse, sino que ayudó al conejo a construir un dique más fuerte.
©Lilian Rodríguez
Moraleja:
A lo largo de la vida, nos encontraremos con personas que nos hieren o que dificultan nuestro camino, tal vez sin razón aparente. Guardar rencor hacia ellas es como llevar una pesada mochila llena de piedras: solo nos ralentiza y nos impide avanzar hacia nuestras metas. El conejo entendió que aferrarse al rencor no cambiaría el pasado ni desharía las acciones del mapache, pero sí podía elegir cómo responder ante el presente.
Ayudar al mapache no solo liberó al conejo de una carga emocional innecesaria, sino que también permitió transformar una relación conflictiva en una colaboración. El acto de perdonar no siempre es fácil, pero es una muestra de fuerza y sabiduría. Cuando dejamos de lado el rencor, creamos espacio para la empatía, la bondad y, en muchos casos, la posibilidad de construir algo mejor.
El perdón no significa justificar el daño recibido ni olvidar lo sucedido, sino aprender a soltar el peso de esas emociones negativas para que no nos consuman. Al hacerlo, no solo liberamos a la otra persona, sino que también nos liberamos a nosotros mismos. Es un acto de autocuidado y crecimiento personal que nos permite enfocar nuestra energía en lo que realmente importa: avanzar con ligereza y construir un futuro más fuerte y más feliz.
Reflexión: La verdadera fuerza no está en cargar con el resentimiento, sino en ser capaz de soltarlo.

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