“Ver con los ojos del alma, decidir con el corazón en paz”
Hoy, el Arcángel Uriel se acerca a ti con una antorcha de luz en la mano, no para deslumbrarte, sino para iluminarte desde adentro. Su nombre significa “La luz de Dios”, y esa es justamente su misión: ayudarte a ver. Ver con claridad lo que tu mente confunde, ver con paz lo que tu corazón evita, ver con valentía lo que tu alma ya sabe, pero aún no te atreves a mirar.
Uriel no grita, no impone, no te empuja. Su presencia es serena y firme, como la voz interior que aparece en medio del silencio cuando dejas de buscar afuera. Hoy viene a ayudarte a tomar conciencia de lo que llevas dentro, a guiarte con sabiduría para que puedas tomar decisiones desde un lugar profundo y verdadero. Este no es un día para hacer más, sino para ver mejor.
Por eso, este ejercicio está diseñado para que puedas mirar con los ojos del alma aquello que te cuesta ver con los ojos del ego. Para que, sin forzar nada, puedas observar lo que necesitas cambiar, aceptar o soltar… y hacerlo con paz, sin culpa, sin miedo. Vamos a trabajar con la llama de una vela como símbolo de la presencia de Uriel, y con tu espacio interior como pantalla sagrada donde él te mostrará lo que es necesario ver para avanzar.
🔥 Antes de comenzar
Busca un lugar tranquilo, enciende una vela blanca o dorada y siéntate cómodo. No necesitas nada más que tu presencia, tu intención y tu apertura. Toma tres respiraciones lentas. Siente que estás siendo acompañado. Y repite esta oración con el corazón:
Invocación al Arcángel Uriel
Amado Arcángel Uriel,
te invoco en este instante sagrado.
Ven con tu luz dorada a guiarme,
a mostrarme aquello que mi alma necesita ver,
aunque mi mente lo haya negado.
Rodéame con tu claridad, protégeme con tu sabiduría,
y ayúdame a comprender sin miedo y a decidir con amor.
Estoy listo para mirar, soltar y avanzar.
Ejercicio guiado
Mira la llama de la vela durante unos minutos. Deja que tu respiración se acompase a su ritmo. No pienses, solo observa. Siente cómo su calor y su luz te envuelven suavemente, como si fueran los brazos del propio Uriel rodeándote. No hay prisa. Solo presencia.
Cuando sientas que estás en calma, cierra los ojos lentamente. En tu mente, imagina que frente a ti se abre una gran pantalla blanca, como si estuvieras en una sala de cine interior. Ese espacio es sagrado. No estás solo: Uriel está a tu lado, invitándote a mirar con objetividad, sin juicio, sin dolor. Dile en silencio: “Muéstrame lo que debo ver hoy.”
Permite que aparezca una imagen, una escena, una emoción, una palabra… Lo que surja está bien. No lo analices, no lo censures. Solo obsérvalo. Es algo que necesita tu atención, tu perdón o tu acción. No eres parte del problema: hoy solo eres el testigo. Y desde ahí, puedes empezar a sanar.
Cuando sientas que la visión ha terminado, lleva tus manos al pecho. Respira. Visualiza cómo una corriente de luz dorada comienza a descender sobre ti, entrando por tu coronilla y expandiéndose hacia tu mente consciente, tu inconsciente y tu corazón. Uriel derrama su energía como un bálsamo. No necesitas entenderlo todo. Solo recibir.
Quédate ahí unos minutos. Siente. Permite. Suelta.
Luego, cuando lo sientas, abre los ojos despacio y escribe lo que viste, lo que comprendiste o lo que sientes ahora. A veces no hay palabras, solo certezas nuevas. Escríbelas también.
Cierre del ejercicio
Antes de apagar la vela (si decides hacerlo), repite en voz alta o en tu corazón:
Gracias, amado Uriel,
por mostrarme la verdad con dulzura.
Gracias por aclarar mi mente,
abrir mi corazón y devolverme a mi centro.
Actuaré con conciencia y caminaré con luz.
Así es, así será, y hecho está.
Este ejercicio es un regalo. Puedes volver a él cada vez que sientas confusión, bloqueo o necesidad de reconectar contigo. No necesitas hacerlo perfecto, solo hacerlo con verdad.
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